domingo, 18 de noviembre de 2012

La cochinilla de la humedad


El otro día me encontré con este Oniscideo, cochinilla de la humedad para los amigos. Creo que no me encontraba con uno desde que yo era pequeño, y no porque estén desapareciendo, sino porque no suelo agacharme a mirar lo que se mueve por el suelo.

Siempre me han parecido curiosos los seres que viven en situaciones extremas, pues cuentan con distintos “trucos” para poder sobrevivir donde otros no lo lograrían. Para mí, la cochinilla es uno de esos seres que viven en situaciones extremas, aunque seguramente para la mayor parte de mis lectores la cochinilla de la humedad es tan solo un “bichillo capaz de enrollarse formando una bola cuando se les da un poco por saco”.

Estoy seguro que usted puede enmarcar a este animalillo dentro del grupo de los artrópodos, ese grupo de animales con esqueleto externo y apéndices articulados. Pero sabría decir dentro de los artrópodos ¿a qué grupo pertenecen las cochinillas de la humedad?

Los artrópodos podemos dividirlos en varios grupos: los trilobites, todos extintos hoy en día; los quelicerados, como las arañas, los escorpiones y los ácaros; los crustáceos, como los cangrejos, langostas, percebes…; los miriápodos, como los ciempiés y milpiés; y los hexápodos, entre los que cabe destacar los insectos, como las avispas, las moscas y mosquitos…

Pues aunque le cueste creerlo, la cochinita de la humedad es un crustáceo, está más emparentado con una rica langosta que con un ciempiés o algún insecto.

Ahora podrá entender a que me refiero con situación extrema, porque vivir en un ambiente terrestre no es algo fácil para un crustáceo, de hecho son de los pocos crustáceos realmente terrestres. Hay que tener en cuenta que los crustáceos no tienen como otros artrópodos una epicutícula cerosa que reduzca la pérdida de agua, por lo que pierden fácilmente el agua de su interior.

¿Y cómo consiguen vivir en el medio terrestre? Pues cuentan con algunos “truquillos”:
  • Viven en lugares húmedos, evitando así los lugares donde puedan desecarse, de hecho son capaces de distinguir diferencias relativamente insignificantes de humedad para poder buscar el lugar más húmedo posible.
  • Son más activos durante la noche, cuando la temperatura es menor y corren menos peligro de desecarse.
  • Aunque en su mayoría usan las branquias para respirar, las mejor adaptadas cuentan con una cavidad de tipo pulmonar o proyecciones tubulares que les permiten tolerar un aire algo más seco.
  • Reponen agua con la humedad de los alimentos que consumen (algas, hongos, musgos, cortezas y cualquier materia vegetal o animal en descomposición) o bebiendo directamente. Pero las especies más adaptadas cuentan con capacidades muy curiosas: algunas son capaces de ingerir arena húmeda; otras cuentan con un sistema de canales o surcos en su dorso que recogen el agua y lo llevan hasta sus branquias, algo así como el canalón que ponemos nosotros en los tejados de las casas para conducir el agua de los tejados para canalizar las aguas pluviales; otros usan los apéndices del último segmento abdominal, los urópodos, para formar unirlos un tubo con el que succionan gotas de rocío o lluvia.
  • A diferencia del resto de los crustáceos, su desarrollo es directo, la fase larvaria típica de los crustáceos les obligaría a poner los huevos en el agua.
  • No orinan líquido, expulsan amoníaco gaseoso.
  • El hecho de formar una bola, plegándose sobre sí mismos, no solo les permite defenderse, sino que también les permite reducir la desecación pues la parte de su cuerpo por la que pierden mayor cantidad de agua es su delgado exoesqueleto ventral y al plegarse está menos expuesto.   
 


Bibliografía:
Zoología de los Invertebrados. Edgard E. Rupper & Robert D. Barnes. 1996. 4ª Edición. McGraw Hill.
Principios integrales de zoología. Hickman, Roberts y Larson, 2001. 10ª Edición. McGraw Hill.
 

sábado, 10 de noviembre de 2012

Aprendiendo a enseñar el botánico como un amigo


Una de las joyas que tenemos en Málaga, no lo suficiente conocida por los malagueños, y por lo tanto, tristemente, no lo suficiente valorada por los mismos, es nuestro Jardín Botánico. Un museo vivo de gran belleza, que incluye la mayor colección de plantas tropicales de toda Europa, no por nada fue declarado ya en 1943 como jardín histórico-artístico, hoy Bien de Interés Cultural.

Al igual que todo museo, todo jardín botánico cuenta con una serie de ejemplares que uno no debería perderse cuando lo visita. Yo desde luego, si visito el Louvre no quiero salir de allí sin haber visto La Gioconda, y si visito el Prado no quiero que se me pase ver Las Meninas. Lo mismo ocurre con un Jardín Botánico, todas las “obras” son interesantes, pero algunas son más especiales que el resto, ya sea debido a su belleza, la historia que encierran, su valor botánico…

Es por ello necesario que el visitante pueda, recorrer el jardín junto a alguien que le guie, o contar con una guía, que le pueda abrir los ojos al visitante ante esas grandes “obras” que alberga el jardín, para que no se les pasen inadvertidas, y que le permitan apreciar el verdadero valor que tienen.

El fin de semana pasado, Palma Sánchez y su padre José María Sánchez, ambos amigos de La Concepción, presentaron una nueva guía para el Jardín Botánico (la anterior contaba con apenas 30 páginas en las que muy brevemente se describía las joyas del Jardín Botánico y se daba algunos detalles sobre su historia). Y lo hicieron de la mejor manera que puede hacerse, con una actividad titulada “Aprendiendo a enseñar el botánico como un amigo”, actividad orientada a que los amigos de La Concepción pudiesen no solo conocer mejor el jardín, sino aprender cómo enseñarlo a sus amigos con todo el cariño que se merece.



A lo largo de dicha actividad, al igual que a lo largo de su libro, José y Palma comienzan mostrándonos detalles de la historia del jardín, y continúan llevándonos de la mano a conocer las distintas colecciones que presenta el botánico: el antiguo jardín histórico, la colección de cactus y suculentas, la vuelta al mundo en 80 árboles, el mapamundi de palmeras, y las colecciones de flora extrema.

En este paseo por el jardín, nos ofrecen una bella visión de las joyas que encontramos por nuestro recorrido, esas “obras” que no podemos perder al visitar el jardín. Y nos ofrecen esta visión a base de detalles y curiosidades mostradas con un cariño tan especial que no solo llevan al visitante a conocer el jardín, sino a enamorarse de él.

Por citar algunos ejemplos, esta guía nos lleva a descubrir: la belleza de la Chambeironia macrocarpa, una de las pocas palmeras del mundo que produce hojas rojas; nos cuenta las leyendas que encierra el Dracanea draco y su sangre de dragón; la historia que esconden lugares tan emblemáticos como el museo Loringiano, y su relación con los orígenes de la fundación de nuestra ciudad; y otros datos tan interesantes como qué planta está siendo actualmente usada para producir retrovirales contra el virus del SIDA, cuál es el árbol más grande de Málaga, cómo se alimentan las plantas carnívoras, o qué planta podemos encontrar en nuestro jardín botánico que haya sido traída desde las ácidas tierras de Rio Tinto…

No puedo más que recomendarle esta guía y que paseé por el jardín con ella en mano, para enamorarse de este edén que tenemos los malagueños a tan solo 15 minutos del centro de Málaga.
 

sábado, 3 de noviembre de 2012

El día que casi quemo mi casa al ir a freir un huevo.



Hace ya mucho tiempo, aún era joven y todo, un día, estaba yo de exámenes, mi familia salió a almorzar fuera, y yo me quede en casa para aprovechar bien el día estudiando.

Como ser vivo que soy, llegado cierto momento me tuve que plantear el almorzar. Había en el frigorífico croquetas de mi abuela, y tuve la brillante idea de freírme un huevo para poder mojarlas.

Justo cuando puse el aceite a calentar me llamó por teléfono un vecino para preguntarme por un CD. Me pasé a la habitación del ordenador y comencé a buscar entre los CDs mientras charlaba con mi amigo. La conversación, así como la búsqueda del disco, se alargaron un poco más de lo esperado. Ya que estaba, me preguntó por otro disco, y yo, que estaba seguro de haberlo visto mientras buscaba el primero inicié una nueva búsqueda. Finalmente me dio las gracias y me dijo que ya se pasaría por los CDs.

Cuelgo el teléfono inalámbrico. Salgo de la habitación. Y me topo con una densa neblina que se volvía más espesa mientras más me acercaba a la cocina. Una vez allí dentro pude ver como la fuente de todo aquel humo era una llama de un palmo y medio de altura que salía de la sartén.

El aceite había alcanzado la temperatura de vaporización, es decir, la temperatura a la que el combustible comienza a generar vapores (como en la sartén de la foto), y ese gas producido había alcanzado la temperatura de ignición, 300ºC en el caso del aceite, temperatura a la que el gas comienza a arder de forma espontanea sin necesidad de que exista una fuente de ignición (perdonen que no ilustre dicho momento con otra foto, no es plan de destrozar una sartén ni poner en peligro la casa por conseguir una foto).

La combustión es una oxidación violenta. El combustible es un compuesto químico, formado por átomos que están unidos por una serie de enlaces. Al calentar el combustible lo que hacemos es agitar esos átomos, lo que unido a la exposición a un agente oxidante, como es el oxígeno, puede propiciar que los enlaces del combustible se rompan y se formen otros nuevos, produciendo como productos de la reacción el dióxido de carbono y el vapor de agua, a la par que se libera energía en forma de luz y calor, lo que viene siendo el fuego que apareció sobre la sartén.

Como decía, yo era joven y tenía el cerebro embotado de tanto estudiar aquella mañana, así que mis reacciones al fuego no fueron exactamente las más recomendables. Espero que lo que viene a continuación les permita comprender algunas de las cosas que no hay que hacer ante el fuego.

Ante lo agobiante que resultaba el humo, mi primera reacción fue abrir la ventana para renovar el aire, pero esto dotó de más oxigeno a la habitación y a la reacción de combustión, por lo que la llama creció medio palmo más de altura. Estaba avivando el fuego.

La adrenalina sube, y lo siguiente que se me pasa por la cabeza es intentar de apagar el fuego, y claro está, ¿qué se usa para apagar el fuego?...

Cuando cuento esta historia todo el mundo me interrumpe en este momento y dice “¿no echarías agua a la sartén?” que dicho así suena un poco burro porque me puedes imaginar cogiendo agua y echándola sobre la sartén. No, no hice eso, metí directamente la sartén bajo el grifo de agua.

El agua es usada para extinguir el fuego por varias razones. Cuando echamos agua líquida al fuego, esta se va a calentar y evaporarse, proceso con el que absorbe una gran cantidad de calor, y con ello, disminuye la temperatura del combustible, apagando el fuego si llega a reducirse la temperatura por debajo del punto de ignición antes mencionado. Además, al cubrir el combustible con una capa de agua lo estamos aislando del aire, lo que impide la combustión.

Pero en este caso el agua no es la mejor opción. El aceite arde a 300ºC mientras que el agua hierve a 100ºC, por lo que el agua líquida pasa a vapor nada más ponerse en contacto con el aceite ardiendo.
Imaginen una sola gota de agua que cae al aceite. Está formada por muchísimas moléculas de agua unidas por enlaces débiles. Al calentarse, estas moléculas se agitan hasta romper los enlaces debiles que las unen, y salen despedidas cada molécula de agua en una dirección, con lo que empujan el aceite en el que han caído provocando salpicaduras de aceite. Cada pequeña gota de aceite que sale volando, mientras está en el aire, se encuentra en ese momento rodeada de más oxígeno que cuando estaba con el resto del aceite líquido, por lo que se fomenta su combustión.

Total, que al meter la sartén con aceite ardiendo bajo el grifo de agua, conseguí una llamarada que podría alcanzar... no sé, diría que unos 4 palmos de altura, pero no se los puedo asegurar, la verdad es que no pondría la mano en el fuego.

Dejé la sartén sobre la vitrocerámica, ya apagada por supuesto, y viendo que todo lo que a mí se me ocurría solo servía para empeorar la situación decidí acudir a esa persona que sabes que no te puede fallar. Decidí llamar a mi madre.

Con los nervios, y la humareda, busqué el teléfono inalámbrico por toda la casa. No me acordaba que lo había dejado junto al ordenador. Y cuando por fin llamo a mi madre…

Piruriru piruriru piruriruru

El teléfono de mi madre sonaba en su dormitorio. Bien por mi madre.

¿A quién llamas cuando no puedes contactar con la persona que piensas que no te puede fallar? Pues a la persona que sabes que no podría fallar a la persona en que confías que nunca te puede fallar. Total, que llame a la madre de mi madre.

- Hola, abuela.

- Hola, nieto.

- Oye, mira, que tengo un problemilla, pero nada grave.

- Tus padres se han ido a comer a la playa, ¿no?

- Si. Mira es que tengo un problemilla, pero no te vayas a preocupar que no es nada. Estaba preparando el almuerzo…

- Yo te he mandado unas croquetas que me han salido muy ricas.

- Si, abuela, pues precisamente iba a freírme un huevo para mojar las croquetas, me he distraído y el aceite ha empezado a arder.

- Ay que ver, te hubieras venido aquí, hubieras comido con nosotros.

- Ya abuela, pero es que tenía que estudiar, y ahora tengo el aceite…

- Pues mira, yo le he puesto un plato de estofado al abuelo… ha repetido y todo.

- Si, abuela, pero es que se me está quemando el aceite ¿Cómo podría apagarlo?

- No abras las ventanas, que eso aviva el fuego.

- No, claro, abuela. Pero ¿Cómo lo apago?

- Tampoco le vayas a echar agua.

- No abuela, no se me ocurriría, por favor... - lease con voz de indignado en plan "ni que yo fuera tonto"- pero cómo debería de apagarlo, es que está ardiendo…

- Porque si te hubieras venido te hubiera puesto un plato de estofado... al abuelo le ha encantado, me ha salido muy tiernita la carne...

- Sí, abuela, pero no podía. Eh...¿cómo puedo apagar el fuego?

- No le vayas a dar con un trapo. Eso es, si un amigo tuyo está ardiendo tiene que tirarse al suelo y rodar, y tu le pegas con un trapo.

Menos mal que no se me había pasado por la cabeza darle con un trapo a la sartén…

- No abuela, por supuesto. Pero tengo la sartén ardiendo…

- Es que te deberías haber venido. No sé la necesidad que tienes de comer solo en casa.

- Ya abuela, pero es que tengo que estudiar. El fuego…

- Porque aquí ha sobrado comida, y eso que el abuelo ha repetido.

- Si, abuela, pero el fuego ¿cómo lo puedo apagar?

- Eso tienes que coger una tapa de una cacerola y cubrir la sartén.

En ese momento se me encendió la media neurona que tenía por aquel entonces y comprendí que la solución que me proponía mi abuela limitaría la cantidad de oxigeno de la reacción, y cuando el oxigeno del aire atrapado entre la sartén y la tapa se agotase cesaría la reacción de combustión.

Los siguientes cinco minutos los pasé buscando una tapa de sartén lo suficientemente grande como para cubrir la sartén sin quemarme y poder apagar el fuego, mientras trataba de despedirme de mi abuela sujetando el teléfono con el hombro. Me insistió en que la volviera a llamar cuando apagase el fuego, y nuevamente en que debería haber ido a su casa a almorzar aquel día. Apagué el fuego y seguía con mi abuela al teléfono diciendome lo rica que le había salido la comida.

Han pasado los años desde estos hechos. Ahora sé como apagar una sartén ardiendo, y quiero que conste que me he convertido en un cocinero medianamente aceptable.